sábado, 25 de agosto de 2012

Entre Sócrates y la Internet: el analfabetismo


Por José Luis Ortega Vidal

Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí,
buscarme entre otros que no son si yo no existo,
los otros  que me dan plena existencia 
Octavio Paz

 Entre Sócrates y la Red Internet hay una distancia más allá de los dos mil quinientos años.
La invitación socrática al desarrollo de las ideas propias, parte de la sabiduría que vive junto a la humildad.
En apego a la mayéutica Sócrates no legó obra escrita.
Y su pensamiento, no obstante, permea el mundo actual a pesar del veneno de la ignorancia, tan vigente hoy en el mundo entero, como en el año 399 A.C., cuando al maestro lo hicieron beber su muerte física, tras no poder acabar con su espíritu.
La educación constituye la Revolución del Pensamiento del hombre.
La Declaración de Cartagena de Indias del 2008, lo establece así respecto a la educación superior; pero tal argumento es válido para todo proceso pedagógico.
En el accionar humano: ¿hay una libertad mayor a la ofrecida por el pensamiento?
No es un asunto poético –que lo es, en el sentido más profundo de la poesía, entendida como un ejercicio de vida- sino existencial y de construcción de un presente justo y de un futuro esperanzador.
En contraste a la generosidad del acto educativo que por sí mismo representa al desarrollo humano, vivimos en medio de la Revolución Tecnológica más grande de la historia, pero lo hacemos en silencio frente a la injusticia de que sólo una parte disfruta de sus ventajas, frente al resto olvidado.
Vaya contradicción: con las herramientas sin precedente para comunicarnos de un extremo a otro del planeta en forma instantánea, entre los más de 6 mil millones de seres humanos, hay 799 millones que padecen el analfabetismo; por citar un ejemplo.
Una de las leyendas socráticas plantea la historia de un hombre inmensamente rico que le ofrece al sabio la mitad de su fortuna a cambio de la mitad de su conocimiento.
Y la respuesta del maestro es simple y enriquecedora: “cada día, cuando despierto, descubro que soy más ignorante”.
La ironía –como ejercicio de pensamiento- de Sócrates no tiene parangón en la historia y es aplicable a la realidad que vivimos.
La Internet se ha creado y se reproduce frente a más del 10 % de analfabetas; es decir esclavos de una realidad social a la que 2 mil 500 años no han alcanzado para repartir en forma justa la Revolución del Pensamiento que es la educación.
Dicho de otro modo: hemos sido capaces de crear primero La Internet que acabar con el analfabetismo en el mundo.
Más aún, en términos de desarrollo –si entendemos como tal un conjunto de actos y circunstancias tanto económicas como humanísticas- nos enfrentamos a un mundo moderno en el que habitan mil 290 millones de pobres, reconocidos por el Banco Mundial.
Es decir, uno de cada cinco seres pensantes que pueblan la tierra es pobre y en consecuencia padece hambre; o padece hambre y en consecuencia es pobre.
Más cruento no podría ser nuestro momento histórico: el pensamiento propio, generador de ideas liberadoras, ligado al lenguaje que a su vez produce universos de comunicación, es de todos y a la vez no es de nadie.
Si la iniquidad no representa un argumento suficiente para retornar a Sócrates y abrazar su humildad profundamente sabia, estamos condenados a más pobreza, hambre e ignorancia.
La educación es sinónimo de desarrollo y de equidad.
Significan lo mismo y su contenido y resultado conducen al mismo sitio: el mejoramiento de la condición humana.
Pero frente a estos conceptos, el hombre necesita reconocer y modificar su circunstancia dialéctica: mientras la historia siga repartiendo los progresos para unos cuantos; mientras las cifras de los extremos que representan el hambre y el analfabetismo convivan junto a los desequilibrios sociales, todos seguiremos bebiendo en mayor o menor proporción nuestra dosis de cicuta.

jueves, 23 de agosto de 2012

PACTAN EDILES CONTRA FABIOLA

















En el Veracruz de hoy sí pasa algo: vivimos un velorio masivo y la zozobra gana terreno


CLAROSCUROS

José Luis Ortega Vidal
(1)
La frase: “en Veracruz no pasa nada” -integrada originalmente como un elemento retórico al discurso oficial en la entidad- se ha convertido en un argumento que raya en el oprobio al sentido común.
De Pánuco hasta Las Choapas; desde la costa hasta la montaña; de los llanos a las zonas serranas, en Veracruz sí pasa algo: nuestra seguridad sigue en detrimento.
(2)
Al terrorífico escenario de grupos del crimen organizado que se destazan mutuamente a partir de la absurda guerra inventada por Felipe Calderón, Veracruz ha sumado temas como el feminicidio, la conversión del ejercicio periodístico en una profesión de suicidas y el secuestro como un pan nuestro de cada día.
(3)
La detención de una célula criminal que resultó ser la asesina de cuatro periodistas y una dama que trabajaba para un periódico, pretende convertirse en el mensaje justificador del trabajo estatal en materia de procuración de justicia.
Más casual que producto de una investigación de inteligencia policial, la captura de los presuntos asesinos de tres decenas de personas, pretende convertirse en el estimulante “ya ven, estamos trabajando y aquí están las pruebas”.
Sin embargo, esta detención semeja un mejoral ante la fiebre que padece Veracruz en materia de inseguridad y nos hereda una duda cruel: ¿aún prevalecen las condiciones y circunstancias para que se padezcan más decesos en el gremio reporteril?
Más aún, la PGJ no ofrece detalles fundamentales en torno a esta historia que se presume como cerrada: ¿los periodistas asesinados habían ordenado matar a colegas? ¿cómo? ¿por qué? ¿dónde? ¿cuándo?
(4)
En el norte del estado un amigo -empresario en el ramo editorial- ha sido una victima más de este atroz escenario de violencia: de las amenazas, la delincuencia pasó a los hechos y lo secuestró; su vida pendió de un hilo y finalmente fue liberado tras el pago de un rescate.
No es esa, sin embargo, la suerte que se corre día con día en la mayor parte del territorio estatal jarocho.
El secuestro es el cáncer que la población –toda- vive en forma directa.
En sus múltiples modalidades: exprés, de alto perfil, de chantaje a través de montajes, o de acciones rápidas con cantidades que van desde los 20, 30, 50, 100, 200 mil pesos o a cómo pueda responder la persona privada de su libertad, los secuestros son asunto cotidiano por todas partes.
En el sur ser petrolero, comerciante, pequeño empresario, maestro o médico, es un pecado.
Y ese pecado se paga con la pérdida del patrimonio o con la vida.
(5)
El ejército y la marina están haciendo lo que pueden.
Esa es la realidad.
Ubican bodegas de combustible robado a PEMEX, capturan a sicarios, atienden llamadas anónimas y detienen células del crimen organizado que entierran a sus víctimas en solares baldíos, en playas o simplemente las arrojan por cualquier camino.
Gran labor la de las fuerzas armadas, pero insuficiente.
(6)
Las mujeres son un sector débil desde múltiples perspectivas.
Historias de prostitutas asesinadas en zonas urbanas o junto a carreteras; jóvenes desaparecidas; muchachas explotadas sexualmente; amén de la tradicional violencia familiar, son noticias cotidianas.
(7)
A diferencia de las fuerzas armadas, los policías municipales y estatales conocen los caminos, las rutas de los delincuentes y tienen contacto directo con el pueblo.
Mientras no exista una coordinación eficaz entre el ejército, la marina, la PGR, la policía federal, con los cuerpos policiacos estatales: llámense Agencia Veracruzana de Investigación, Seguridad Pública, policías intermunicipales y policías municipales, esto seguirá siendo la torre de Babel.
Hablamos, lamentablemente, de una Babel sangrienta que cobra vidas a cada momento.
Estamos ante el producto de una cultura de la corrupción que ha evolucionado a una cultura de la muerte.
El trabajo conjunto de los cuerpos de seguridad federal, estatal y locales pasa por la dignificación de los hombres y mujeres policías.
Por su depuración y por la seguridad de su patrimonio y el de sus familias.
Como esto no es un proceso a corto plazo, urge un diagnóstico sobre lo logrado y los lados flacos de la actual estrategia de seguridad en Veracruz.
El pueblo sigue poniendo los cadáveres y los patrimonios hechos añicos.
(8)
A las autoridades federales, estatales y municipales -responsables del ramo de la seguridad- les corresponde hallar la mejor opción para atender esta problemática.
Empecemos por reconocer, todos, que en Veracruz si está pasando algo: cada día somos menos jarochos y entre los que quedamos se incrementa el temor a ser el último protagonista del velorio masivo que nos rodea.