Por José Luis Ortega
Vidal
Para que pueda ser he de ser otro, salir
de mí,
buscarme entre otros que no son si yo no
existo,
los otros que me dan plena existencia
Octavio Paz
Entre Sócrates y la Red Internet hay una distancia más
allá de los dos mil quinientos años.
La invitación socrática al desarrollo de las ideas propias, parte de la
sabiduría que vive junto a la humildad.
En apego a la mayéutica Sócrates no legó obra escrita.
Y su pensamiento, no obstante, permea el mundo actual
a pesar del veneno de la ignorancia, tan vigente hoy en el mundo entero, como
en el año 399 A.C., cuando al maestro lo hicieron beber su muerte física, tras
no poder acabar con su espíritu.
La educación constituye la Revolución del Pensamiento
del hombre.
La Declaración de Cartagena de Indias del 2008, lo
establece así respecto a la educación superior; pero tal argumento es válido
para todo proceso pedagógico.
En el accionar humano: ¿hay una libertad mayor a la
ofrecida por el pensamiento?
No es un asunto poético –que lo es, en el sentido más
profundo de la poesía, entendida como un ejercicio de vida- sino existencial y
de construcción de un presente justo y de un futuro esperanzador.
En contraste a la generosidad del acto educativo que
por sí mismo representa al desarrollo humano, vivimos en medio de la Revolución
Tecnológica más grande de la historia, pero lo hacemos en silencio frente a la injusticia
de que sólo una parte disfruta de sus ventajas, frente al resto olvidado.
Vaya contradicción: con las herramientas sin
precedente para comunicarnos de un extremo a otro del planeta en forma
instantánea, entre los más de 6 mil millones de seres humanos, hay 799 millones
que padecen el analfabetismo; por citar un ejemplo.
Una de las leyendas socráticas plantea la historia de
un hombre inmensamente rico que le ofrece al sabio la mitad de su fortuna a
cambio de la mitad de su conocimiento.
Y la respuesta del maestro es simple y enriquecedora:
“cada día, cuando despierto, descubro que soy más ignorante”.
La ironía –como ejercicio de pensamiento- de Sócrates
no tiene parangón en la historia y es aplicable a la realidad que vivimos.
La Internet se ha creado y se reproduce frente a más
del 10 % de analfabetas; es decir esclavos de una realidad social a la que 2
mil 500 años no han alcanzado para repartir en forma justa la Revolución del
Pensamiento que es la educación.
Dicho de otro modo: hemos sido capaces de crear
primero La Internet que acabar con el analfabetismo en el mundo.
Más aún, en términos de desarrollo –si entendemos como
tal un conjunto de actos y circunstancias tanto económicas como humanísticas-
nos enfrentamos a un mundo moderno en el que habitan mil 290 millones de pobres,
reconocidos por el Banco Mundial.
Es decir, uno de cada cinco seres pensantes que
pueblan la tierra es pobre y en consecuencia padece hambre; o padece hambre y
en consecuencia es pobre.
Más cruento no podría ser nuestro momento histórico:
el pensamiento propio, generador de ideas liberadoras, ligado al lenguaje que a
su vez produce universos de comunicación, es de todos y a la vez no es de
nadie.
Si la iniquidad no representa un argumento suficiente
para retornar a Sócrates y abrazar su humildad profundamente sabia, estamos
condenados a más pobreza, hambre e ignorancia.
La educación es sinónimo de desarrollo y de equidad.
Significan lo mismo y su contenido y resultado
conducen al mismo sitio: el mejoramiento de la condición humana.
Pero frente a estos conceptos, el hombre necesita
reconocer y modificar su circunstancia dialéctica: mientras la historia siga
repartiendo los progresos para unos cuantos; mientras las cifras de los
extremos que representan el hambre y el analfabetismo convivan junto a los
desequilibrios sociales, todos seguiremos bebiendo en mayor o menor proporción
nuestra dosis de cicuta.