Déjame que te cuente…
Por: Sergio M. Trejo González.
No sé bien por donde, pero creo que en la
biblia hay algo…como un grito del corazón hacia los seres que andan
extraviados, una manera de guiarlos, para que ese amado hijo pródigo vuelva a
casa: “Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro
gordo, por haberle recibido bueno y sano. Es necesario hacer fiesta y
regocijarnos, porque tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y
es hallado”.
Los acayuqueños somos personas con sentido del
humor, alegres, bromistas y llenos de ocurrencias, que conforme a nuestra
naturaleza acostumbramos despilfarrar principalmente en grupo; por ello resulta
rutina, ritual y religión, congregarnos habitual o periódicamente para saludar a
los amigos, que dan cita en las cafeterías, en busca de un relajamiento. ese es
el pretexto para acudir a determinado sitio, para la tradicional tertulia
mañanera, que en nuestra ciudad ha sido el “Café con leche”, como lugar donde,
desde el pretérito, antiguo y desparecido
restaurante “Los Flamingos” resulta
ser el punto preferido por los acendrados cefetómanos de Acayucan, que atendía personalmente
don Felipe Abdala y la señora lupita, espacio que todavía continua en la predilección
para beber a sorbos parsimoniosos un americano, un exprés o un lechero; en fin,
el actual “Café con leche, como su antecedente, ha sido escenario de legendarias
guasas. Lo mismo se le quema a un parroquiano su periódico al momento en que lee
la información, o se le pone sal de uvas en la azucarera, se le sirve agua en
vaso previamente agujerado por un lado, para que al inclinar el cáliz venga el
derrame de líquido o se tira un cohete por debajo de la mesa. Colosales
trastadas y chanzas se han jugado en la atmosfera del citado lugar, habiendo
inadvertidos comensales que incluso siendo inocentes y ajenos resultan víctimas,
al no salir librados de la fragancia o del sonido ese que producen los
extrapedestres, quienes disfrazado de coyotes o de ingenieros o de profesor
jubilado, hacen del cuerpo con sus pequeñas pero mortíferas cantidades de Ácido
Sulfhídrico, que la sustancial dieta leguminosa le provee para sus cargados
misiles.
Casi nadie escapa de los chascarrillos, los
chismes ni a los sustos que se resbalan por las mesas del café, entre las tazas
y la aromática infusión, que preparada con destreza significa un arte, que en
la vagancia e inspiración llamamos: refrigerio intelectual, fuente de palabras
y zona de pensamiento crítico… empero, menester resulta, referir que también existen los clubes de amistades, organizados
bajo estos contextos cafeteros, para charlar con desparpajo las intimidades más
secretas de las amigas ausentes; políticos chicharroneros que se reúnen para
planear programas de trabajo de ayuda comunitaria; personajes en retiro que leen al descuido los
heraldos mientras saborean su amargura mezclada con la amargura reconfortante
del café; desempleados que con moneditas acabalan para un café y con la mirada gacha
examinan su celular que hace polvo todas sus esperanzas: ni son titulados, ni
saben computación, menos de inglés, ni tienen de 20 a 30 años, ni son de
presencia interesante, ni consiguen cartas de recomendación, ni traen para la
propina, ni conocen algún compadre influyente.
En fin, podíamos hacerles el cuento largo de
otros especímenes habituales del café, pero el caso es que, en un lugar de
Acayucan… atrás del palacio municipal,
frente al registro civil, donde se prepara balsámico y rico, divino y
elocuente café, se extraña la ausencia de un amigo… se fue a la competencia,
pero se le extraña, se le necesita, se le quiere.
No es la primera vez que alguien se mira
envuelto en estas vicisitudes de autoexilio causado por los administradores o
los beneméritos meseros, cuando de manera insensible reclaman la conducta
alborozada de un cliente y consumidor de café que, a su criterio, se pasa de la
raya. Creo sinceramente que debe tomarse como un malentendido, de esos que sobrevienen
en una mañana difícil, cuando como dice don Armando Manzanero, “con el pie
izquierdo fue que yo me levanté…”
Desconozco si hubo folklorismo en el
extrañamiento pero no lo creo, faltó quizá la mesura y la tranquilidad, del
prestador del servicio por supuesto. En el principio de que “El cliente siempre tiene la razón”, lo cual significa
que ante cualquier opinión, objeción, queja o reclamo por parte del cliente,
nunca se debe discutir o polemizar con él, porque darle la razón ayuda a
reforzar y mantener la relación con él, a dar una buena impresión ante otros
clientes. Existen claro, ocasiones en las que es posible no hacerlo, por
ejemplo, cuando el cliente realiza un reclamo imposible de aceptar, en materia
de devoluciones. Aunque en estos casos también debe hacerse la precisión con
toda serenidad, explicando amable y ecuánimemente la posición, manteniendo
interés y preocupación para apaciguar la querella, tratando de ser flexibles,
no ceñirse demasiado a las reglas de la empresa.
Por falta de sutileza seguramente, de un mal
empleado, ahora los amigos miramos con tristeza la silla vacía…Hacemos ruego a
quien corresponda para una llamada de atención a la insolencia si la hubo,
esperando un despertar espiritual halagador para que vuelvas. Tus amigos quieren
que los escuches, restaures y reconcilies tus relaciones (a pesar de los pinches
meseros) para que construyas en la mesa del café un arca, igual que lo hizo Noé,
pero de papel periódico, para que después la quemes y prendas los petardos que
se te pegue la gana. Amigo: Levántate. El Gallego, Luis Mantecón, Paco, Chava y
el resto de tus amigos, quieren que te pares firme de “Los Tucanes” y regreses
a la otra esquina, para siempre.