Déjame que te cuente…
Por Sergio M. Trejo González.
La mañana, muy temprana, del
pasado día 17 de este mes de julio la línea existencial de Cesar Augusto Beraza
Guerrero se vio suspendida por el destino y la fatalidad. Tardaría muchas horas
en que la referencia infausta llegara a mis oídos para dejarme sorprendido y
consternado. Justamente al filo de la medianoche, la noticia y los detalles, se
aliaron al insomnio y la intranquilidad que invade a cualquiera cuando se
entera de la muerte de un ser querido.
Falleció Cesar. La muerte siempre será
dolorosa y sentida, sin embargo los accidentes que la ocasionan sorpresivamente
producen una confusión emocional muy extraña y compleja. Un grito silencioso de
rebeldía, con algunas lágrimas desertoras que ruedan por el rostro, pregunta a
mis sentidos ¿para qué puede necesitar, nuestro Señor, otro ángel en su nutrido
coro celestial ?
La estupefacción, el estupor o el
letargo del impacto me ha sumido, en estos días de su partida, en una
entelequia conformada por una serie reminiscencias y caviles sobre esta persona
que conocí siendo un niño.
Cesar, un pequeño muy formalito,
prudente y decente, formal y ceremonioso. Sumamente dúctil y maleable. Un ser humano, bajo de estatura, que
inclinaba la cara apenado o intimado cuando sus tías le retaban a sostener una
mirada inquisidora o áspera. Su nobleza se descubría de manera admirable.
Cuando adolescente se convirtió en un
apuesto joven suave y tierno. Sentimental, sensible y soñador. Sus angustias y
sufrimientos por la novia inalcanzable y ese amor imposible de la mocedad, hubieran podido llevarlo al desenlace de
Romeo y Julieta en cualquier descuido. Su “buen corazón” resultaba siempre su
perdición, con su mirada de joven constantemente enamorado profundamente,
parecía cantar aquel tema: “Siempre que palpitas yo comienzo a temblar sé que
voy a llorar y tengo miedo. Dime, corazón, si te matan cada vez porque te
entregas…” ese era nuestro Cesar Augusto, un romántico empedernido, contumaz,
irredento e incorregible.
Nunca perdió esa personalidad
extremadamente sentimental, solemne y protocolaria.
Las últimas ocasiones que lo mire por
Acayucan andaba por la calle Enríquez, donde impartía clases de computación; observé
que asistía a las cátedras portando con mucho escrupulosidad y esmero su traje
y su corbata muy elegante. Se afeitaba dejando en su cara la llamada barba de
candado, cosa que le hacía le hacía
verse aún más notable, serio y equilibrado.
Después vendrían sus reales aventuras y
luchas por la vida. Se fue de nuestra ciudad, un rato anduvo por Guanajuato,
buscando la superación personal y el éxito profesional, hasta que, en esos
recovecos, encontró acomodo en Marce, una mujer preparada, sencilla y sensible,
diseñada para proveer al cesar de todos
los esos elementos muy especiales que le brindaban seguridad
sentimental, respaldo moral y ese atmosfera de amor.
En esa filosofía vivía Cesar, pleno y
realizado, feliz con su mujer y con su trabajo, algo que le permitía cierta
incursión importante en el campo de la política, en aquellas circunscripciones
de Huamantla, Tlaxcala.
Allá vivía y por ahí murió. Uno junto
al otro. El desenlace ineludible sucedió cuando Cesar llevaba a su esposa al
nuevo lugar de su trabajo. Un accidente en el que la pareja falleció
instantáneamente.
Teníamos pendiente unas vacaciones por
esos lugares, en la
Semana Santa. No pude acudir a visitarlo en tal periodo
porque, precisamente, el 21 de marzo falleció mi primo Arturo en Uruapan
Michoacán y sabemos que esas citas perentorios son ineluctables, no se difieren
ni admiten prorroga. Después charlamos en el mes de mayo, por computadora, y
entre los saludos reiteramos el pacto de vernos en estos días de julio. Un día
antes de su fallecimiento encontré a su
señora madre frente a las instalaciones de la policía municipal y aproveché
para comentarle que estaba queriendo
comunicarme con Cesar, para irlo a ver. Teníamos planeada una ruta turística
que nos llevaría por muchos sitios de Tlaxcala, sin perjuicio de ampliarla a
los estados de Puebla, Morelos y Guerrero.
No se pudo.
Ahora, metido en esta tribulación de su
fallecimiento, levanto la mirada al cielo. En la impotencia busco una
explicación ¿hubieran podido vivir separados uno del otro? Dios sabe, a nosotros
solo nos queda el consuelo de la oración y esa esperanza bíblica… con ellas envío
mi sentido pésame a su mamá Isabel, a sus hermanos Visari y Miguel, para doña
Rita, para Lino y las tías, que en la ausencia de Cesar deben mantenerse unidos
para salir continuar. No es fácil. Yo lo sé.
Cesar: Saluda al Señor de mi parte,
dile por favor que en sus designios dejó pendiente ese paseo que teníamos
fraguado; que cuando disponga llamarme a la rendición de mis cuentas, de no ser
digno para entrar a su reino, al menos me permita un par
de minutos para poder darte otra vez un fuerte abrazo.
Descansa en paz.