Eva López Robinson
El
12 de noviembre estuvieron de fiesta los
carteros, los que por muchos años llevaron en sus alforjas las ilusiones,
esperanzas, noticias tristes o halagüeñas ansiosamente esperadas detrás de cada
puerta que se abría al conjuro de un silbato.
En
las casas vecinas los rostros asomaban, igual que la pregunta ávida de la joven a la espera de
la misiva amada ¿ya pasó el cartero? Y éste, a pie o en la tradicional
bicicleta, llevaba el correo postal de mano en mano, con el saludo cordial a
flor de labios, y cuando la confianza existía, la sana chanza con los
destinatarios de sus entregas.
El
cartero era un verdadero personaje, conocido y respetado por todos, y digo
“era” no porque desaparecieron del todo, o porque los actuales sean unos
perfectos desconocidos o indignos de respeto, no, es simplemente que la vida cambió y las
máquinas tomaron el lugar de los nobles mensajeros, aunque todavía algunas
empresas e instituciones bancarias utilizan sus servicios y no dudo que haya
quien envíe cartas vía correo postal y esto… ¡es una maravilla!
Tenía
su magia la espera por el silbatazo anhelado, por el sentir con un temblor de
manos, el sobre de papel, de donde saltaba una hoja que podía provocar profunda alegría o todo lo
contrario… Y el guardar las cartas resultaba un ritual, principalmente para los
enamorados; hasta existen canciones y películas alusivas a los añejos sobres
atados con un listón, ocultos en el fondo de un viejo baúl… ¡Cuánto diera por
tener un tesoro así en mis manos!
Hoy…
sentada frente al monitor, escucho el timbre que me anuncia ha entrado un nuevo
correo, el mouse se mueve y con un click abro el mensaje, para tomar los
saludos del amigo que acaba de escribirme desde Francia, y si tengo cámara web
a la mano, puedo conectarme y ver en tiempo real lo que hace en esos momentos…
cosas de la tecnología, pero indudablemente, nada será mejor que el contacto
directo entre seres humanos. Recibir de una cálida mano las buenas o malas
noticias, aunadas a un “buenos días” y un rostro que sonríe…
Aún
extraño al cartero montado en su bicicleta con su otrora uniforme caqui y su
gorra de dril y piel, cargando la pesada alforja de cuero, entregando
correspondencia de casa en casa, preguntando por un destinatario que no
localiza, mientras a patadas espanta a los perros del barrio que se quieren
colgar de su pantalón… y cómo olvidar la musiquilla pegajosa de los Apson Boys dedicada al cartero:
Todas estas noches
no puede dormir
porque no he sabido
más de ti
Pero de pronto veo venir,
Sí, es el cartero
que me trae nuevas de ti
De su maleta, sacará
esa carta que me hará feliz.
Ahí en el buzón está mi corazón
porque llegó el cartero…
no puede dormir
porque no he sabido
más de ti
Pero de pronto veo venir,
Sí, es el cartero
que me trae nuevas de ti
De su maleta, sacará
esa carta que me hará feliz.
Ahí en el buzón está mi corazón
porque llegó el cartero…
tan
importantes personajes , ni siquiera Francisco Gabilondo Soler, “Cri-cri” dejó
de hacerles un homenaje:
Con su
cartera de cuero
viene el perrito cartero
y en cada puerta se para y toca
para que pronto le vengan a abrir.
En toditas las casas
viene dejando las cartas,
que traen recuerdos y mil saludos
de animalitos que no están aquí.
viene el perrito cartero
y en cada puerta se para y toca
para que pronto le vengan a abrir.
En toditas las casas
viene dejando las cartas,
que traen recuerdos y mil saludos
de animalitos que no están aquí.
Mucho material dieron los viejos repartidores postales, por
lo cual son merecedores de homenaje permanente en nombre de las generaciones
que vivieron su auge… Para ellos, los que ya no están, gracias por su hermoso
trabajo, por lo que nos dieron y que vive en nuestros corazones. Un abrazo para
los que se jubilaron y aún recuerdan desde su refugio, las horas de recorrido por muchas jornadas… Y a los de
hoy, igualmente, con el deseo de que en su diario quehacer, sean como aquellos
carteros que recordamos, amables, diligentes y muy puntuales.
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