LA FERIA
Eva López Robinson
Desde octubre habría sonado el
tambor de los arrieros en la esquina de Ocampo y Guerrero. Creo ver a Chambrú
con su sombrero calado hasta las cejas y sonriendo desde su faz curtida de sol,
aporreando el cuero con energía… Muy temprano se hacía escuchar de esquina en
esquina, anunciando la proximidad de la feria y la época para disfrutar de su
danza en las calles.
San Martín era honrado por ellos,
cuando el primer baile se daba en el atrio del templo. Arrieros y morenos enmascarados,
vestidos con vistosos atuendos, ejecutaban la ancestral danza, observados por
quienes asistían a la misa patronal, el 11 de noviembre a las 10 de la mañana,
casi siempre con un sol esplendoroso, bajo el cual, concluyendo el baile, los
arrieros perseguían a quienes les
gritaban.
Mi hermano Román solía
disfrazarse de arriero, con otros amigos, y correr por el barrio en pos de las
muchachas que los retaban: “¡Ese arriero choto!”… “¡Ese arriero tiene miedo!”,
entre muchas otras expresiones que fustigaban a los muchachos cubiertos con una
manga de hule, portando una máscara y un sombrero; en una mano un palo y en la
otra una reata o un cable de luz.
La sana tradición, hasta
entonces, era disfrutada por chicos y grandes, vaya que si no, ¿cómo voy a olvidar
a la tía Ana María Maldonado, ya casada y con hijos, corriendo acompañada de
las sobrinas, lo mismo que su hermana Fina, felices, alegres? … La tía Juana,
su madre, abría la puerta a los arrieros y les decía: “pasen y cuájenlas…
cabronas, no les pegan en su casa, pero buscan que el de la calle les pegue”… y
las tías huían despavoridas por el patio, yo con ellas, hasta esconderme en un
cuarto, queriendo fundirme con la pared…
Y estoy atrapada en esos tiempos,
recordando las visitas de los parientes de fuera, llegando a las casas
familiares para ser atendidos en ocasión de la fiesta patronal de San Martín
Obispo. Doña Emelina venía de Minatitlán con su gente. Era una señora mayor,
tal vez setenta y tantos, pero con una energía que ya la quisiera yo para un
domingo, y lo digo porque ella era fanática del fandango; se ponía sus zapatos
de tacón y se iba al parque con la tía Jovita… el par de viejitas pasaban horas
bailando en la tarima que acomodaban junto al palacio municipal…
Yo era feliz si mi papá nos llevaba
a los caballitos, una sola vez. Él compraba un cuarto kilo de cacahuates, a mi
mamá sus dulces cubiertos y eso para nosotros era lo máximo, acostumbrados al
eterno encierro, entre esas paredes que atravesaban el cercano sonido de los
merolicos y el ruido de la rueda de la fortuna…
Días de feria ayer, nostalgia
pura hoy. Cierto, estoy muy lejos de ser aquella niña, físicamente hablando,
pero muy en el fondo, jamás voy a crecer… ¡Quiero quedarme ahí!... en ese
espacio de recuerdos felices, de tradiciones bellas, con todos los que se han
ido… Quiero ver a Lupita tocando la marimba del tío Hermilo… y a la tía Fina
cantando con picardía las barajas de las cábulas… quiero volver el tiempo,
correr libremente con los primos, por el inmenso patio de todas las propiedades…
quiero… quiero… y querré… hasta el final.
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