lunes, 9 de septiembre de 2013

HONRARÁS A TU MADRE...




Déjame que te cuente…

Por Sergio M. Trejo González.

Dios creó al hombre, después  a la mujer. Un hombre y una mujer que se aman, luego se casan para formar un hogar. Aunque cada miembro de la familia tiene diferentes responsabilidades (el padre trabaja, la madre cuida a los niños, los hijos estudian o ayudan a sus padres), todos tienen la misma dignidad, es decir son personas iguales. Nunca un padre deberá sentirse más que la madre o la madre más que los hijos. Cada miembro de la familia es por igual hijo de Dios. Cada uno tiene derechos y obligaciones. 
Eso no significa que tengamos que privarnos de las mentadas de madre que cotidianamente escuchamos por el vecindario, que resultan una especie de inspiración a los recordatorios de Paquita la del Barrio; también se oyen cada 10 de mayo los tópicos y la cantaleta referente a la gratitud de los hijos hacia sus progenitoras. Quesque siempre es tiempo de agradecerle a la madre lo que han hecho con amor y por amor; tanto que deberíamos todo el año expresarles el orgullo que sentimos por tenerlas como valiosos e indispensables modelos de vida. 

La realidad hay que decirlo, con suma tristeza, debemos aceptar que hay madres que han sido olvidadas, o bien, sus hijos resultan incapaces para demostrar algo de respeto y consideración...  El tema no es invención de un servidor. Agarre usted sus periódicos de la semana y entérese de como se ventilan casos de ingratitud, desagradecimiento, alejamiento o embarcamiento de madres por parte de sus queridos hijos. Ni se diga de ordenes de aprensión y desistimientos y perdones judiciales por delitos donde las mamacitas inocentes y angelicales, tienen que andar en los tribunales, cuando deberían estar colocadas en el nicho del retiro espiritual, como bien exige ese hermoso poema: “Tienes que hacerte de cuenta que la ves en los altares y ponerte de rodillas, antes que hablar de mi madre…” 

Muy difícil y delicado resulta la emisión de cualquier comentario al respecto. No tengo madera de santo ni voy con vientos de predicador hacia ninguna parte. Me arriesgo con el peligro de figurar amonestación singular por incumplimiento de algún compromiso o respecto de una obligación legal contemplada con toda claridad en algunos códigos de algunos estados como Veracruz que ciertamente disponen: Los hijos tienen la obligación legal de dar alimentos a los padres. Alimentos cubre lo que es comida, vestido, techo y atención médica. Pero esto no se reduce simplemente a un ordenamiento nomotético sino de carácter bíblico.  

Soy de los que piensan que cuando Dios dispuso el nacimiento de cualquiera de nosotros, se tomó la molestia de escoger personalmente a nuestro padre y a nuestra madre, y que debemos agradecerlo, pues mediante su amor, su cuidado y su trabajo, nos han ayudado a ¨crecer¨. Significa también que aunque en algunos casos el todopoderoso, con sus muy intrincadas razones, nos ha dejado huérfanos, parcialmente, eso no significa que tal labor no se haya concentrado en quien sobrevive heredando tal responsabilidad: Ellos, han trabajado duro para proveerte de alimento, ropa, medicinas, desde que viniste al mundo; ellos, han hecho un gran es fuerzo para enseñarte las cosas, para que tuvieras oportunidad de ir a la escuela; Son han sido los primeros que te hablaron de Dios, te dieron la fe, te enseñaron a rezar, te enseñaron lo que está bien y lo que está mal.

La Biblia dice: ¨Guarda hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre... en tus pasos ellos serán tu guía¨ (Pr 6,20-21)… Después vendrá esa sentencia de que dejaras a tu padre y a tu madre y te unirás a tu mujer… ahí sabemos que los hijos se casan o se independizan, pero el respeto, y el estar abierto a sus consejos y sus requerimientos y necesidades pues ¡óigame no! eso nunca se termina.
Aquí hay algo importante: los hijos deben obedecer a sus padres en todo lo que no sea una ofensa a Dios. Si alguna vez un padre o madre mandara a su hijo a hacer algo que es indebido o cosa mala, no tiene obligación de obedecerlo; pero bueno, queda clarísimo que los hijos mayores de edad tienen la responsabilidad de prestarles ayuda material (ayudarles en cuestión de dinero) y moral (apoyarlos, visitarlos, cuidarlos) en los años de vejez, durante sus enfermedades y en momentos de soledad o tristeza, porque repito que por ahí creo que dice:Hijo, cuida de tu madre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, se indulgente, no la desprecies. Entre los cristianos, hay muchas personas que no tienen a alguno de sus padres; sin embargo, hay consuelo al saber que "el Señor es padre de huérfanos y defensor de viudas en su santa morada", y "Dios hace habitar en familia a los desamparados" (Salmo 68:5-6). 
Esta calumnia, en esta ocasión lleva la intención de llegar a las fecundas y benditas manos de la señora Lucila Jiménez de la Rosa, una mujer merecedora de todos mis respetos a quien observaba durante mi infancia, rodeada contenta por sus hijos, que ahora son todos personas con un estatus social privilegiado, admirable y envidiable. Vivía, esta dama, tan distinguida, ahí en un departamento de la calle Nicolás Bravo de nuestra ciudad, junto a la familia de don Augusto Ortiz Iglesias, un señor transportista compañero de mi señor padre. Es para usted señora, muy especialmente, y para las a las madres olvidadas, a las que por azares de destino, vienen sufriendo la frialdad, la indiferencia o la ingratitud de sus propios hijos, o que sienten padecer por el abandono de sus vástagos. Porque, debo también subrayarlo: “Nadie sabe lo que hay en el fondo de la olla, más que la cuchara que la menea”. Digo, alguna disculpa puede haber, algún problema entre consanguíneos puede ser origen… pero en lo general no hay excusa ni justificación. Lo digo con todas las letras y con el riesgo muy aventurado y espinoso de mirar la paja en el ojo ajeno. Reconociendo además que difícilmente mi madre podrá cuestionar la conducta de mis hermanos en estos renglones existenciales, como difícil es que su servidor se salve de los juicios leves o severos de mi progenitora. No me considero un buen hijo; empero pretendo ser equitativo e imparcial, porque no hablo de la búsqueda de hijos perfectos, no lo soy. Me conformo en mis cavilaciones con saber que existen retoños que con la sensibilidad necesaria y suficiente se reúnen cuando menos cada domingo a preguntarle a mamá: ¿cómo sigues? 

El asunto resulta obvio, me entero por un murmullo que raya en el escándalo con amenaza de crecer en la fuerza de esas bolas de nieve que se convierten luego en avalanchas que lastiman, por algo que deseo llamarle de cierta diferencia familiar, y quise pasar y entrar a saludar a doña Lucila; ahí donde está, en su domicilio, en la evidencia de sus necesidades de salud y cariño. Me hace especular que los ancianos, etapa para lo cual no me tardo mucho, suelen ser ideáticos, hasta digamos berrinchudos como niños, que pueden caer en algunas entelequias extrañas o berrinchudas, vamos, hasta pudieran tener algún antojo como los que ellos nos cumplían cuando nos cuidaron. Lo que me hace pensar para mí mismo:  Sí esos seres que  asistimos, protegimos y por quienes nos sacrificamos durante aquellos años desde que nacieron, al crecer optaron por alejarse,  por abandonar a su suerte a quienes les dieron la vida, dejando una amarga sensación de vacío y soledad… de que madre está entonces conformada nuestra naturaleza: se piensa que a los padres en apariencia nos escurre con mayor facilidad el desafecto, pero a las madres olvidadas en general creo que les cuesta trabajo aprender a vivir solo con la reminiscencia y con un rosario…con el recuerdo cada día más borroso, de aquellos días felices, marcados por la entrega  de  incalculables dosis de amor incondicional.
No quiero ni es parte de mis intenciones profundizar ni tantito más sobre estos vericuetos torcidos por los que muchos hijos demuestran, a las mujeres que los forjaron, una relativa indiferencia; deseo hacer un sincero reconocimiento a todas las madres, y como un pequeño homenaje a todas, compartiré una reflexión sobre el significado de la maternidad… Si no eres madre eres hijo y sabrás apreciar lo que estás leyendo. Recordemos a mamá, agradezcámosle lo bueno y lo malo, los grandes sacrificios y los pequeños gestos. Porque no hay verdad más cierta que aquella que dice que madre solo hay una…No puede existir un acto más miserable que el sacar de la memoria a quien permitió que a través de su propio ser llegara a ti el don sagrado de la vida.

¿Cómo lo decimos con palabras más simples? Tenemos que ser considerados y tolerantes con los jefes aunque no compartamos ya sus ideas. Es mas cuando nosotros sabemos algo negativo de nuestros padres, ¿qué hacemos? No podemos salir exhibiendo sus debilidades. Al contrario aun a costa de nuestro patrimonio o del honor personal tenemos que protegerlos. La desnudez tiene que ver con la vergüenza. Nosotros tenemos que cubrirlos no deshonrarlos.

Esto no significa, en todo caso, que tú no puedas hacer confesión de tus dificultades con tus padres y tus hermanos. Hay que intentarlo, lo importante de esto es que la información llegue adonde debe llegar, que llegue a buenas manos sin pasar por la aduana de las nueras y los yernos... quien quiera entender que entienda. Búsquele usted en Proverbios: Corona de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos, sus padres… Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies. Compra la verdad y no la vendas. Mucho se alegrará el padre del justo, y el que engendra sabio se gozará con él. Alégrese tu padre y tu madre, y gócese la que te dio a luz…Desoír al padre, y menospreciar a la madre, o avergonzarse de ambos, es algo que trae maldición, porque la ingratitud es hija de la soberbia.

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