CLAROSCUROS
José
Luis Ortega Vidal
(1)
La
frase: “en Veracruz no pasa nada” -integrada originalmente como un elemento
retórico al discurso oficial en la entidad- se ha convertido en un argumento
que raya en el oprobio al sentido común.
De
Pánuco hasta Las Choapas; desde la costa hasta la montaña; de los llanos a las
zonas serranas, en Veracruz sí pasa algo: nuestra seguridad sigue en
detrimento.
(2)
Al
terrorífico escenario de grupos del crimen organizado que se destazan
mutuamente a partir de la absurda guerra inventada por Felipe Calderón,
Veracruz ha sumado temas como el feminicidio, la conversión del ejercicio
periodístico en una profesión de suicidas y el secuestro como un pan nuestro de
cada día.
(3)
La
detención de una célula criminal que resultó ser la asesina de cuatro
periodistas y una dama que trabajaba para un periódico, pretende convertirse en
el mensaje justificador del trabajo estatal en materia de procuración de
justicia.
Más
casual que producto de una investigación de inteligencia policial, la captura
de los presuntos asesinos de tres decenas de personas, pretende convertirse en
el estimulante “ya ven, estamos trabajando y aquí están las pruebas”.
Sin
embargo, esta detención semeja un mejoral ante la fiebre que padece Veracruz en
materia de inseguridad y nos hereda una duda cruel: ¿aún prevalecen las
condiciones y circunstancias para que se padezcan más decesos en el gremio
reporteril?
Más
aún, la PGJ no ofrece detalles fundamentales en torno a esta historia que se
presume como cerrada: ¿los periodistas asesinados habían ordenado matar a
colegas? ¿cómo? ¿por qué? ¿dónde? ¿cuándo?
(4)
En el
norte del estado un amigo -empresario en el ramo editorial- ha sido una victima
más de este atroz escenario de violencia: de las amenazas, la delincuencia pasó
a los hechos y lo secuestró; su vida pendió de un hilo y finalmente fue
liberado tras el pago de un rescate.
No es
esa, sin embargo, la suerte que se corre día con día en la mayor parte del
territorio estatal jarocho.
El
secuestro es el cáncer que la población –toda- vive en forma directa.
En
sus múltiples modalidades: exprés, de alto perfil, de chantaje a través de
montajes, o de acciones rápidas con cantidades que van desde los 20, 30, 50,
100, 200 mil pesos o a cómo pueda responder la persona privada de su libertad,
los secuestros son asunto cotidiano por todas partes.
En el
sur ser petrolero, comerciante, pequeño empresario, maestro o médico, es un
pecado.
Y ese
pecado se paga con la pérdida del patrimonio o con la vida.
(5)
El
ejército y la marina están haciendo lo que pueden.
Esa
es la realidad.
Ubican
bodegas de combustible robado a PEMEX, capturan a sicarios, atienden llamadas
anónimas y detienen células del crimen organizado que entierran a sus víctimas
en solares baldíos, en playas o simplemente las arrojan por cualquier camino.
Gran
labor la de las fuerzas armadas, pero insuficiente.
(6)
Las
mujeres son un sector débil desde múltiples perspectivas.
Historias
de prostitutas asesinadas en zonas urbanas o junto a carreteras; jóvenes
desaparecidas; muchachas explotadas sexualmente; amén de la tradicional
violencia familiar, son noticias cotidianas.
(7)
A
diferencia de las fuerzas armadas, los policías municipales y estatales conocen
los caminos, las rutas de los delincuentes y tienen contacto directo con el
pueblo.
Mientras
no exista una coordinación eficaz entre el ejército, la marina, la PGR, la
policía federal, con los cuerpos policiacos estatales: llámense Agencia
Veracruzana de Investigación, Seguridad Pública, policías intermunicipales y
policías municipales, esto seguirá siendo la torre de Babel.
Hablamos,
lamentablemente, de una Babel sangrienta que cobra vidas a cada momento.
Estamos
ante el producto de una cultura de la corrupción que ha evolucionado a una
cultura de la muerte.
El
trabajo conjunto de los cuerpos de seguridad federal, estatal y locales pasa
por la dignificación de los hombres y mujeres policías.
Por
su depuración y por la seguridad de su patrimonio y el de sus familias.
Como
esto no es un proceso a corto plazo, urge un diagnóstico sobre lo logrado y los
lados flacos de la actual estrategia de seguridad en Veracruz.
El
pueblo sigue poniendo los cadáveres y los patrimonios hechos añicos.
(8)
A las
autoridades federales, estatales y municipales -responsables del ramo de la
seguridad- les corresponde hallar la mejor opción para atender esta
problemática.
Empecemos
por reconocer, todos, que en Veracruz si está pasando algo: cada día somos
menos jarochos y entre los que quedamos se incrementa el temor a ser el último
protagonista del velorio masivo que nos rodea.
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