sábado, 27 de julio de 2013

Réquiem: Cesar Augusto Beraza Guerrero.



Déjame que te cuente…

Por Sergio M. Trejo González.


La mañana, muy temprana, del pasado día 17 de este mes de julio la línea existencial de Cesar Augusto Beraza Guerrero se vio suspendida por el destino y la fatalidad. Tardaría muchas horas en que la referencia infausta llegara a mis oídos para dejarme sorprendido y consternado. Justamente al filo de la medianoche, la noticia y los detalles, se aliaron al insomnio y la intranquilidad que invade a cualquiera cuando se entera de la muerte de un ser querido.
Falleció Cesar. La muerte siempre será dolorosa y sentida, sin embargo los accidentes que la ocasionan sorpresivamente producen una confusión emocional muy extraña y compleja. Un grito silencioso de rebeldía, con algunas lágrimas desertoras que ruedan por el rostro, pregunta a mis sentidos ¿para qué puede necesitar, nuestro Señor, otro ángel en su nutrido coro celestial?

La estupefacción, el estupor o el letargo del impacto me ha sumido, en estos días de su partida, en una entelequia conformada por una serie reminiscencias y caviles sobre esta persona que conocí siendo un niño.

Cesar, un pequeño muy formalito, prudente y decente, formal y ceremonioso. Sumamente dúctil y maleable.  Un ser humano, bajo de estatura, que inclinaba la cara apenado o intimado cuando sus tías le retaban a sostener una mirada inquisidora o áspera. Su nobleza se descubría de manera admirable.

Cuando adolescente se convirtió en un apuesto joven suave y tierno. Sentimental, sensible y soñador. Sus angustias y sufrimientos por la novia inalcanzable y ese amor imposible de la mocedad,  hubieran podido llevarlo al desenlace de Romeo y Julieta en cualquier descuido. Su “buen corazón” resultaba siempre su perdición, con su mirada de joven constantemente enamorado profundamente, parecía cantar aquel tema: “Siempre que palpitas yo comienzo a temblar sé que voy a llorar y tengo miedo. Dime, corazón, si te matan cada vez porque te entregas…” ese era nuestro Cesar Augusto, un romántico empedernido, contumaz, irredento e incorregible.

Nunca perdió esa personalidad extremadamente sentimental, solemne y protocolaria.
Las últimas ocasiones que lo mire por Acayucan andaba por la calle Enríquez, donde impartía clases de computación; observé que asistía a las cátedras portando con mucho escrupulosidad y esmero su traje y su corbata muy elegante. Se afeitaba dejando en su cara la llamada barba de candado, cosa que le hacía  le hacía verse aún más notable, serio y equilibrado.

Después vendrían sus reales aventuras y luchas por la vida. Se fue de nuestra ciudad, un rato anduvo por Guanajuato, buscando la superación personal y el éxito profesional, hasta que, en esos recovecos, encontró acomodo en Marce, una mujer preparada, sencilla y sensible, diseñada para proveer al cesar de todos  los esos elementos muy especiales que le brindaban seguridad sentimental, respaldo moral y ese atmosfera de amor.

En esa filosofía vivía Cesar, pleno y realizado, feliz con su mujer y con su trabajo, algo que le permitía cierta incursión importante en el campo de la política, en aquellas circunscripciones de Huamantla, Tlaxcala.

Allá vivía y por ahí murió. Uno junto al otro. El desenlace ineludible sucedió cuando Cesar llevaba a su esposa al nuevo lugar de su trabajo. Un accidente en el que la pareja falleció instantáneamente. 

Teníamos pendiente unas vacaciones por esos lugares, en la Semana Santa. No pude acudir a visitarlo en tal periodo porque, precisamente, el 21 de marzo falleció mi primo Arturo en Uruapan Michoacán y sabemos que esas citas perentorios son ineluctables, no se difieren ni admiten prorroga. Después charlamos en el mes de mayo, por computadora, y entre los saludos reiteramos el pacto de vernos en estos días de julio. Un día antes de su fallecimiento encontré  a su señora madre frente a las instalaciones de la policía municipal y aproveché para comentarle que  estaba queriendo comunicarme con Cesar, para irlo a ver. Teníamos planeada una ruta turística que nos llevaría por muchos sitios de Tlaxcala, sin perjuicio de ampliarla a los estados de Puebla, Morelos y Guerrero.

No se pudo.

Ahora, metido en esta tribulación de su fallecimiento, levanto la mirada al cielo. En la impotencia busco una explicación ¿hubieran podido vivir separados uno del otro? Dios sabe, a nosotros solo nos queda el consuelo de la oración y esa esperanza bíblica… con ellas envío mi sentido pésame a su mamá Isabel, a sus hermanos Visari y Miguel, para doña Rita, para Lino y las tías, que en la ausencia de Cesar deben mantenerse unidos para salir continuar. No es fácil. Yo lo sé.

Cesar: Saluda al Señor de mi parte, dile por favor que en sus designios dejó pendiente ese paseo que teníamos fraguado; que cuando disponga llamarme a la rendición de mis cuentas, de no ser digno para entrar a su reino, al menos me permita un par de minutos para poder darte otra vez un fuerte abrazo.

                                  
Descansa en paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario