miércoles, 10 de abril de 2013

Amigo, ¡Vuelve al café!



Déjame que te cuente…

Por: Sergio M. Trejo González.

No sé bien por donde, pero creo que en la biblia hay algo…como un grito del corazón hacia los seres que andan extraviados, una manera de guiarlos, para que ese amado hijo pródigo vuelva a casa: “Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Es necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”.

Los acayuqueños somos personas con sentido del humor, alegres, bromistas y llenos de ocurrencias, que conforme a nuestra naturaleza acostumbramos despilfarrar principalmente en grupo; por ello resulta rutina, ritual y religión, congregarnos habitual o periódicamente para saludar a los amigos, que dan cita en las cafeterías, en busca de un relajamiento. ese es el pretexto para acudir a determinado sitio, para la tradicional tertulia mañanera, que en nuestra ciudad ha sido el “Café con leche”, como lugar donde, desde el pretérito, antiguo y desparecido  restaurante “Los Flamingos”  resulta ser el punto preferido por los acendrados cefetómanos de Acayucan, que atendía personalmente don Felipe Abdala y la señora lupita, espacio que todavía continua en la predilección para beber a sorbos parsimoniosos un americano, un exprés o un lechero; en fin, el actual “Café con leche, como su antecedente, ha sido escenario de legendarias guasas. Lo mismo se le quema a un parroquiano su periódico al momento en que lee la información, o se le pone sal de uvas en la azucarera, se le sirve agua en vaso previamente agujerado por un lado, para que al inclinar el cáliz venga el derrame de líquido o se tira un cohete por debajo de la mesa. Colosales trastadas y chanzas se han jugado en la atmosfera del citado lugar, habiendo inadvertidos comensales que incluso siendo inocentes y ajenos resultan víctimas, al no salir librados de la fragancia o del sonido ese que producen los extrapedestres, quienes disfrazado de coyotes o de ingenieros o de profesor jubilado, hacen del cuerpo con sus pequeñas pero mortíferas cantidades de Ácido Sulfhídrico, que la sustancial dieta leguminosa le provee para sus cargados misiles.

Casi nadie escapa de los chascarrillos, los chismes ni a los sustos que se resbalan por las mesas del café, entre las tazas y la aromática infusión, que preparada con destreza significa un arte, que en la vagancia e inspiración llamamos: refrigerio intelectual, fuente de palabras y zona de pensamiento crítico… empero, menester resulta, referir que  también existen los clubes de amistades, organizados bajo estos contextos cafeteros, para charlar con desparpajo las intimidades más secretas de las amigas ausentes; políticos chicharroneros que se reúnen para planear programas de trabajo de ayuda comunitaria;  personajes en retiro que leen al descuido los heraldos mientras saborean su amargura mezclada con la amargura reconfortante del café; desempleados que con moneditas acabalan para un café y con la mirada gacha examinan su celular que hace polvo todas sus esperanzas: ni son titulados, ni saben computación, menos de inglés, ni tienen de 20 a 30 años, ni son de presencia interesante, ni consiguen cartas de recomendación, ni traen para la propina, ni conocen algún compadre influyente.

En fin, podíamos hacerles el cuento largo de otros especímenes habituales del café, pero el caso es que, en un lugar de Acayucan… atrás del palacio municipal,  frente al registro civil, donde se prepara balsámico y rico, divino y elocuente café, se extraña la ausencia de un amigo… se fue a la competencia, pero se le extraña, se le necesita, se le quiere.
No es la primera vez que alguien se mira envuelto en estas vicisitudes de autoexilio causado por los administradores o los beneméritos meseros, cuando de manera insensible reclaman la conducta alborozada de un cliente y consumidor de café que, a su criterio, se pasa de la raya. Creo sinceramente que debe tomarse como un malentendido, de esos que sobrevienen en una mañana difícil, cuando como dice don Armando Manzanero, “con el pie izquierdo fue que yo me levanté…”

Desconozco si hubo folklorismo en el extrañamiento pero no lo creo, faltó quizá la mesura y la tranquilidad, del prestador del servicio por supuesto. En el principio de que “El cliente siempre tiene la razón”, lo cual significa que ante cualquier opinión, objeción, queja o reclamo por parte del cliente, nunca se debe discutir o polemizar con él, porque darle la razón ayuda a reforzar y mantener la relación con él, a dar una buena impresión ante otros clientes. Existen claro, ocasiones en las que es posible no hacerlo, por ejemplo, cuando el cliente realiza un reclamo imposible de aceptar, en materia de devoluciones. Aunque en estos casos también debe hacerse la precisión con toda serenidad, explicando amable y ecuánimemente la posición, manteniendo interés y preocupación para apaciguar la querella, tratando de ser flexibles, no ceñirse demasiado a las reglas de la empresa.

Por falta de sutileza seguramente, de un mal empleado, ahora los amigos miramos con tristeza la silla vacía…Hacemos ruego a quien corresponda para una llamada de atención a la insolencia si la hubo, esperando un despertar espiritual halagador para que vuelvas. Tus amigos quieren que los escuches, restaures y reconcilies tus relaciones (a pesar de los pinches meseros) para que construyas en la mesa del café un arca, igual que lo hizo Noé, pero de papel periódico, para que después la quemes y prendas los petardos que se te pegue la gana. Amigo: Levántate. El Gallego, Luis Mantecón, Paco, Chava y el resto de tus amigos, quieren que te pares firme de “Los Tucanes” y regreses a la otra esquina, para siempre.









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