CLAROSCUROS
José Luis
Ortega Vidal
(1)
Hubo de quinazos a
quinazos…
A Joaquín Hernández
Galicia, el histórico luchador sindical Valentín Campa le advirtió sobre los peligros
de enfrentar al Estado, pero el líder petrolero no escuchó.
Soberbio, “La Quina”
decidió apoyar con todo a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en la elección de 1988
y retar a Carlos Salinas de Gortari.
El cacique petrolero
“pateó el pesebre” del que alimentó su poder durante tres décadas: la
todopoderosa dictadura perfecta del PRI.
Consecuencias de
aquellos actos, Hernández Galicia:
a) Contribuyó al
triunfo legal y real del Frente Democrático Nacional y
b) Se fue con todo y
la democracia del país al “fresco bote”.
(2)
Visto desde una
perspectiva, Joaquín Hernández Galicia fue víctima del sistema represivo que
vivía su cúspide en 1988 y que aún se ejerce –con disimulo y apoyado en nuevos
rostros, como el del narcotráfico- en el país.
Sin embargo,
analizado el tema desde otro ángulo, “La Quina” recibió en 1989 –cuando le
sembraron el cadáver de un agente del ministerio público federal y armas
prohibidas en su residencia de Ciudad Madero- una sopa de su propio chocolate.
(3)
En Minatitlán y Poza
Rica las secciones 10 y 30 del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la
República Mexicana (STPRM), protagonizaron sendos movimientos políticos capaces
de enfrentar a “La Quina” cuando éste mantenía de rodillas incluso a los más
altos directivos de PEMEX.
Figuras como Sergio
Martínez Mendoza en Minatitlán, así como Heriberto Kehoe Vincent y Oscar Torres
Pancardo en Poza Rica, disputaron la dirigencia nacional petrolera sin “La
Quina”
Hubo muchos líderes
nacionales del STPRM pero todos sabían que el mandamás estaba asentado de
Tamaulipas.
Y los que intentaron
romper este esquema pagaron su osadía.
A Sergio Martínez
Mendoza lo “jubilaron”, a Heriberto Kehoe Vincent lo asesinaron a balazos en el
restaurant “El Chalet” frente a la plaza cívica de Poza Rica y a Oscar Torres
Pancardo lo “accidentaron” en la carretera Puebla-Poza Rica.
Así de simple. Así
de “eficiente” en su control político era Joaquín Hernández Galicia.
(4)
Muchos protagonistas
de aquella época continúan vivos y algunos siguen siendo pieza clave en grupos
de poder regionales en Veracruz.
Cada caso tiene su
particular historia; su individual destino.
Nombres como los de
Marcos López Mora y Ramón Hernández Toledo son vientos de aquellos huracanes.
La del cacicazgo
petrolero de Carlos Romero Deschamps –con zapatos de un número mucho menor al que
calzó “La Quina”- es una herida viva y lacerante en el sindicalismo mexicano.
México padece un
sindicalismo que se ha traicionado a sí mismo.
Unos cuantos se
volvieron millonarios a costillas de la clase obrera.
Otros murieron en el
intento de convertir a los sindicatos de petroleros, maestros, electricistas,
ferrocarrileros, etcétera, en verdaderos espacios de justicia social para los
trabajadores.
A un siglo de la
Revolución de 1910 las grandes centrales obreras mexicanas ofrecen un
lamentable hedor.
Constituyen un
cadáver cuyas miasmas lo contaminan todo.
Entregados al poder
por sus propios dirigentes, los obreros mexicanos han sido parte esencial del
corporativismo aún útil y por tanto alimentado desde el Estado.
La presencia de un
Carlos Romero Deschamps enfermo, decrépito y sin poder de decisión propio –pero
eso sí, multimillonario- en el Senado de la República, es una de las fotografías
más elocuentes de la Revolución traicionada.
Y esta traición
constituye un error histórico que aún respira, a pesar de que su mayor símbolo -“La
Quina”- acaba de morir.
Otro retrato infame
lo constituye Elba Esther Gordillo Morales, la nefasta profesora encarcelada
sin el cáncer que representó y que personaliza.
Que Elba Esther se
encuentre tras las rejas no significa que la manipulación abyecta de más de un
millón de maestros para los intereses estatales, se haya ido con ella.
Encarcelaron a la
leona, pero se quedaron sus leoncitos.
Muere un león, pero
nos quedamos con la carne sanguinolenta entre los dientes del inevitable
canibalismo que padece México.
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